Te busco en Lisboa. El poeta la llamó “la ciudad blanca”, yo la llamaría la ciudad de las luces.
Lisboa es la ciudad sin sombra.
El blanco, el rojo, el amarillo, el azul, el verde, incluso el negro.
Todos los colores conforman esta Lisboa que se descubre perezosa ante
mis ojos de turista novata.
Te busco en Lisboa, en cada tranvía que pasa abarrotado de gentes variopintas.
Te busco en Lisboa. Creo hallarte, bendito espejismo, en el hervor de
las pastelerías de Belem. Tu boca, me digo, también sabe a canela.
Llueve en Lisboa. El Tajo, gris y cansado, me recuerda ahora otro río,
dormido también a orillas del invierno, a las orillas mismas del alma.
Transcurre, ahora, el Tajo ante mis ojos, con su eterna
mansedumbre, por la Dauseda de los días azules y despreocupados de la
infancia...Me estoy poniendo triste. Presiento que nunca te encontraré
en Lisboa, y que tampoco será nunca Dauseda lugar de encuentro.
Cae una lágrima y se funde con las aguas metálicas del Tajo; un
viandante que pasa a mi lado amablemente me recuerda que me voy a mojar.
¿Sabes?, eran dulces sus ojos, pero no tenían ese color de miel del
campo que es el color exacto de los tuyos.
Me siento sola en Lisboa pese a que las calles son un bullir de gentes.
Nada hay que preludie tu presencia, y me digo que hay veces que los
encuentros no son más que pisadas en la hojarasca, y que sangran los
pies, las manos, y hasta las lágrimas nacen hechas sangre...Y entonces
tengo miedo
de encontrarte, porque puede que para cuando eso ocurra la chimenea ya
esté apagada y la humedad haya devorado aquel libro de versos que, al
abrigo del fuego, dejamos entreabierto...
¿Recuerdas Dauseda, aquella tarde de invierno de versos junto al
fuego?...Recorrimos la umbría de los chopos, aspirando con ansia, aquel
olor viejo a hojas caídas. Después te marchastes, la chimenea aún
encendida y el libro entreabierto...y fue como si nunca hubieras estado.
Vinieron entonces los versos más terribles haciendo añicos la calma de
los días; pero también fueron entonces los versos más hermosos, los que
como vino dulcísimo me rescatan del dolor y dan alivio a las heridas.
A veces me pregunto qué hubiera sido de mí, de nosotros, si el tiempo se
hubiera detenido aquella tarde; y me juro a mí misma que hubiera sido
capaz de alcanzarte mares de ternura, y hasta te hubiera vuelto luz las
sombras de la luna...
Pero ya ves..., el tiempo nunca se detiene. El tiempo es ese ser
maleducado y caprichoso que tiene la mala costumbre de sacudirnos con
rabia y devolvernos cada uno de sus asuntos...
Tampoco en esta Lisboa en la que te busco se ha detenido el tiempo. Ya
ni siquiera recuerdo tu nombre. Sólo sé que tenías azúcar en la voz y
miel en los ojos. No sé si eres dios o demonio. Sé solamente que me
pusiste música en el alma y que sólo por ti me nacieron alas, y que
llevo tu sonrisa, cual mariposa, revoloteando en mi cintura.
Desde entonces voy desparramando los versos, por si entre ellos te
hubieras escondido; voy escudriñando las agendas y deshojo sin piedad
las hojas muertas de los calendarios...
Y sé que sin remedio irán pasando los días, todos los días; y seguiré
buscándote en cada rostro, en cada boca, en todas las bocas que sepan
decir versos...y es terrible, terrible porque sé que no he encontrarte
por más que tan cerca nos quede Dauseda y esta Lisboa, provocadora, que
se desgrana en colores.
Te escribo hoy estas palabras porque siento que se me está muriendo tu
sonrisa; pero es muy tarde, tan tarde, que temo se las lleve el viento.
P.D.: La mariposa de mi cintura, es un escorzo doloroso, va replegando
las alas...y siento que es tarde, desgraciadamente, se está haciendo
cada vez más tarde.
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